Memoria de mi enfermera XXVI: "Quemado"
Llevo tres años trabajando en este Centro de Salud. Está ubicado en una ciudad grande y populosa, por lo que la carga asistencial en importante. Me gusta ser enfermero, me gusta mucho; de hecho estudié esta carrera por vocación, no por otro motivo. No entiendo mi vida siendo otra cosa o trabajando en algo diferente. La Enfermería es mi vida.
Sin embargo, aunque me gusta lo que hago, aunque siempre quise realizar la labor que llevo a cabo a diario, no puedo más. Tengo casi cuarenta años y aún soy contratado. Tengo que ver cómo otros compañeros con menos años de experiencia que yo se llevan mejores contratos o más largos o en mejores sitios porque tienen enchufe con algún cargo o algún sindicato. A mí, en este puesto que tengo ahora, me hacen contratos cada dos meses... de refuerzo, lo llaman ellos, cuando en realidad llevo un cupo de pacientes completo: el más numeroso y con la mayor proporción de ancianos frágiles y con asistencia a domicilio. Hago mi trabajo, pero no cobro por ello, es decir, al ser un contrato de refuerzo no me pagan por el cupo que atiendo, ni por los domicilios que asisto. Y mis compañeros, con mejores contratos, sí.
No tengo que decir que a diario asisto en consulta de crónicos una media de veinte personas, más los que se presentan sin cita porque se encuentran mal o los que el médico de cabecera me envía nuevos. Sin contar la media de cinco o seis visitas a enfermos crónicos a domicilio que no se pueden desplazar al centro. Cuando termino, a media mañana o más, debo atender la sala de curas en la que durante dos horas pongo inyectables y vacuno niños, hago curas de heridas quirúrgicas y atiendo las urgencias que me surgen. La mayor parte de los días no desayuno, me como una manzana en cualquier rincón. Cuando acabo, me voy a poner los inyectables o a hacer las curas de encamados a domicilio... Dos días en semana me corresponden las urgencias en la calle, es decir, que si alguien se pone malo y el médico y el enfermero deben salir, pues me toca salir... dejando abandonado lo que en ese momento esté haciendo.
Estoy quemado, quemado hasta las cenizas.
Cada día me cuesta un enorme esfuerzo llegar a mi puesto de trabajo. Mi jefe de enfermería me dice que esto es lo que hay. Cuando le pido ayuda porque tengo la sala de curas a rebosar o demasiados inyectables en la calle, me dice que debo hacerme cargo de mis obligaciones y nunca me ayuda, a no ser que esté al borde del colapso. Como no le hago la pelota, me da las guardias peores, las que no quieren sus enfermeros amigos. Si me quejo, se me recuerda que mi contrato está pendiente de renovación. Porque mi contrato siempre está pendiente de renovación.
Espero que me entiendan cuando digo que no aguanto más, que estoy a punto de abandonar, de dejarlo todo, de claudicar... a veces me planteo no renovar, pero me hace falta el trabajo, ya saben: el piso, la hipoteca, los niños... Otras veces -debo reconocer esto y me duele-, cuando voy en el coche camino del centro de salud me planteo que si tuviera un accidente me lo considerarían accidente laboral... ¡No, no qué espanto de pensamientos!
Además, me aterroriza hacer algo mal con mis pacientes, equivocarme por la presión, por el estrés, por la carga de obligaciones... No podría soportarlo. Los trato con educación, atiendo lo que precisan, pero cada día me cuesta más, más...
¡Estoy quemado, quemado y no me queda otra que buscar una solución y pronto! Porque no aguanto más...
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¿Les parece exagerado?
Pues no lo es en absoluto... acabo de narrarles cual era mi situación y como me sentía yo cuando trabajaba en varios centros de Salud de pueblo en los que laboré durante cuatro años, hace de esto ya unos 8 años.
Así vivía yo y así viven hoy día muchos profesionales de la salud, muchos, demasiados. ¿Motivos? Cientos, supongo yo: sobrecarga de trabajo, inestabilidad laboral, presión de los superiores -en este medio, a veces, funciona mucho el pelotilleo, se me va a disculpar la expresión...-, decepción laboral, motivos personales, expectativas no cumplidas... ¡¡¡qué se yo!!!
Se le llama Síndrome de Burnout, y pone muy difícil el desarrollo normal y completo de la labor profesional. Os pongo un enlace de una revista científica sobre este tema, por si alguien quiere saber más.
Este no es un trabajo como otro cualquiera, no me harto de decirlo. Trabajamos con personas y con su salud, con su enfermedad. Con personas.
Sé que esta entrada quizá no le guste a mucha gente, pero es real, real como la vida misma. Es un trozo de lo que sufrí.
Y, por ahora, nada más.
Comentarios
Ese y otros miles de síndromes os surgirán porque ya de por sí la vida laboral es ingrata pero los seres humanos lo somos más.
Besos.
Son rachas muy duras, la verdad. Y poca gente entiende cómo se te queda el alma cuando las vives; afecta a todo lo demás.
Gracias Lola, por narrar con palabras certeras la realidad.
Gracias a ti, Ana, por leer y opinar. Besos miles
Sí, cuando uno está quemado, no ve un motivo para ir a trabajar y es muy triste que el único carro que sea capaz de mover nuestro cuerpo sea el dinero que se cobra a fin de mes...
No sé si te sirve de algo, pero te entiendo; entiendo lo que estás sufriendo y sé lo mal que lo estás pasando. Siento no poder ser de más ayuda...
Gracias por tu versión de la situación. Es muy enriquecedora. Un abrazo.
quiero decir que sólo los buenos profesionales se queman. Se queman los que gustan hacer bien su trabajo, los que se preocupan por atender bien a sus pacientes, los que se desviven por estar al día, por mejorar, por aprender... Sólo los buenos profesionales se queman, por razones obvias. A los malos profesionales todo les da igual...
Espero que pronto regreses y nos cuentes que te va todo bien. Eso espero y deseo.
Gracias por leer y por dar otra visión de este problema. Un abrazo
Gracias por entrar y contar tu experiencia. Un abrazo.