Sonia observó su reflejo en el espejo. Comenzó por los pies y fue subiendo por los tobillos hasta las rodillas. Llegó a los muslos y cerró los ojos. No podía. No podía seguir mirando al, según su cruel apreciación, «monstruo» que clavaba sus ojos en ella desde el otro lado, eso que se suponía que era ella misma. ¡Nunca, nunca imaginó que llegaría a alcanzar un tamaño tan impresionante, tan exagerado! Su peso sobrepasaba ya los 130 kilos. Con sus poco más de metro cincuenta, apenas se podía mover, apenas se podía desplazar por su propia casa sin tener que detenerse cada dos pasos para tomar aire. Y sólo tenía treinta años.
Con el llanto atenazándole la garganta por la rabia, por la humillación de su propia vergüenza, golpeó el espejo aún con los ojos cerrados y se alejó de él. Todo era más fácil si no se veía, si no tenía que mirar el reflejo cruel que se le imponía como propio. En su interior ella no era así. No.
Ojalá pudiera retroceder en el tiempo, a su niñez. Entonces le diría a su madre que no la obligara a comer hasta el último poso del plato, que no le diera un puñado de galletas cada vez que lloraba para que se callara tras un berrinche, que no le comprara los pasteles o las chuches que ella se empecinaba en degustar antes de las comidas... Pero ¿De quién era la culpa de su obesidad? ¿De su madre?¿De ella misma que era casi incapaz de controlarse cada vez que se sentaba a comer? ¿De los demás, que la hacían sentirse rechazada porque era gordita y eso la impulsaba a realizar dietas imposibles que le prometían perder 20 kilos en un mes? ¿De los que se reían de ella, de los que la humillaban o insultaban sin motivo por la calle? Ya no era capaz de recordar cuántas dietas había hecho ya... Ahora sabía que todas eran absurdas e, incluso, peligrosas. Por la desesperación de llegar a tener algún día un cuerpo de modelo se dejó engañar por los cantos de sirena de decenas de seudo-dietistas y seudo-médicos que la atiborraban de pastillas de composición siempre secreta y la lanzaron a dietas a base de pollo frito o de huevos o de chacina que comía de forma compulsiva y que, de forma inexplicable, le hacían perder un porrón de kilos en pocas semanas y que la amigaban de nuevo con su imagen en el espejo y con esas tallas que siempre soñó lucir. Pero era un sueño efímero... al poco Sonia volvía a convertirse en calabaza y despertaba del sueño. Engordaba nuevamente, incluso más kilos de los que había perdido. Se encontraba inmersa en un bucle del que no podía escapar.
La angustia por el fracaso, la ansiedad por tener un aspecto no deseado, el rechazo que sentía en los demás, no siempre real, por su importante sobrepeso, la llevaron más pronto que tarde a las puertas de la depresión, al abandono de sí misma, a la pena extrema que le hizo la idea de la muerte algo atractivo o incluso deseado.
Médicos que te medican y te recomiendan perder peso; endocrinos que te dan un papel en el que escrito con magras palabras te imponen una dieta imposible destinada a fracasar desde el primer filete de pollo a la plancha... el sobrepeso llegó a ser obesidad y la magnitud del dato un día se perdió entre llanto y llanto, entre pena y depresión. Y un día, del que ya no existe retorno, el diagnóstico es demoledor: obesidad mórbida. Tu corazón falla, tienes diabetes tipo dos, hipertensión... El exceso de kilos es ya una bomba sobre tu cuerpo que se queja y se lamenta: adelgazar, en ese momento algo prácticamente imposible por los medios normales, se convierte en un imperativo para que tu vida no corra peligro.
Sonia estaba enferma de muerte.
Se detiene en el pasillo. Retrocede sobre sus pasos y se acerca nuevamente al espejo. Aún no ha abierto los ojos que tiene firmemente apretados. Toma aire y los abre poco a poco. Comienza por su cabello, ensortijado y un día bonito, baja a su rostro y posa en sus iris verdes su cruel mirada.
«Esta soy yo -se dice con lágrimas en los ojos-, este es mi cuerpo. Soy Yo»
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Los niños obesos no son más «ricos», ni más graciosos: lo niños obesos sufren el primer estadio de una enfermedad crónica que con los años les puede provocar otras graves enfermedades crónicas. Es en las primeras etapas de la vida donde se debe afrontar este problema y corregirlo. Una correcta educación para la salud que posibilite hábitos de vida saludable en dieta variada y ejercicio físico se han demostrado como las herramientas más adecuadas para afrontar este problema.
Las personas obesas no son más felices.
Las personas obesas no son obesas porque quieren. Sufren una enfermedad crónica.
Las personas que sufren obesidad mórbida requieren un tratamiento casi siempre quirúrgico o invasivo que puede poner en riesgo, muchas veces, su vida. Pero también psicológico y, muchas veces, psiquiátrico.
La obesidad no es un problema estético: es una enfermedad crónica y como tal un problema de salud.
La prevención de la obesidad es algo a lo que todos debemos mentalizarnos. Y se debe prevenir desde los primeros años de vida de cada persona.
Debemos aceptar a todas las personas tal y como son. Tal y como son. Basarse sólo en apreciaciones estéticas para establecer una baremo de calidad para admitir o rechazar a los seres humanos muestra la estupidez y la superficialidad a la que ha llegado nuestra sociedad.
La obesidad es una enfermedad crónica y como tal se debe de tener en cuenta y establecer recursos adecuados para su diagnóstico, tratamiento y control.
Y, por ahora, nada más.
Comentarios
Me ha encantado!!!!!!!!
Es genial, tan cómodo de leer que te pones fácilmente en el lugar de Sonia.
Geniales las recomendaciones finales y muy grato eso de que los niños gordos no son ricos. Qué manía todo el mundo con cebar a los críos para dar impresión de salud.
Voy corriendo al FB a felicitarte.
Besos. Te sigo leyendo.
ASCEN: ¡Qué labor tan estupenda hacéis en tu cole con los peques! Saben más de la dieta mediterránea que la misma ministra...!! Besos
ROBERTO: Gracias. De todos modos no sólo debemos mentalizarnos nosotros y comprender al obeso como enfermo... ellos mismos, demasiadas veces, creen que se les pide que adelgacen porque no son bellos estéticamente. Muchos se dicen: «yo estoy bien así; al que le moleste que no mire». Es difícil poner solución a un problema, si el afectado no reconoce que tiene un problema. Besos y gracias por leer y por comentar.