¡¡¡No más!!!
Esta entrada la he meditado mucho y no puedo, o no sé, enfocarla de otra forma que de manera directa. Si alguien echa en falta mis pequeños, mis sencillos relatos, le pido que me disculpe. Yo presenté hace muchos años una batalla personal y sin tregua contra la violencia, sea cual sea su forma de manifestarse, sean cuales sean sus víctimas. Pero sobre todo planté cara a la violencia contra víctimas que no pueden denunciar, que no tienen herramientas para luchar contra su agresor. Hace poco una de mis entradas hacía referencia a la violencia que sufren las mujeres y, en otra, a la violencia que sufren los ancianos los cuales, demasiadas veces, debido a las discapacidades que ciertas patologías les ocasionan no pueden defenderse.
Hoy querría hacer reflexionar sobre la violencia que sufren los niños.
Todos entendemos que los niños son especialmente vulnerables frente a la violencia dado que no se pueden defender, no tienen herramientas de escape y dependen en demasiadas ocasiones de sus cuidadores, esos que en miles de ocasiones son el origen de su sufrimiento. Uno, cuando es pequeño y lleva una existencia normal, mira a sus padres como sus protectores, como el objeto de su amor más incondicional, como la fuente en la que sacian su sed de calidez, de cariño, a los que abrazar y besar, a los que recurrir cuando te agobia un mal sueño; uno ve a sus progenitores como sus guardianes, como el muro que les evitará todo sufrimiento, todo mal, todo dolor, que les defenderá con uñas y dientes frente a cualquier peligro... y en la mayoría de los casos es así. ¡Qué horroroso debe ser cuando en tu existencia no tienes nada a lo que agarrarte, cuando los que se suponen que te deben proteger son el mismo origen de tu miseria, de tu padecer, de tu penar...!
Se nos encogen las carnes cuando nos enteramos de que niños de diversas edades, incluso bebés, son golpeados, estrangulados, envenenados, quemados con cigarrillos o violados... y más aún cuando los agentes de esos actos brutales y salvajes son sus padres o sus cuidadores habituales. Esto es maltrato, a nadie se le escapa, pero maltrato es también privarles de alimento, de vestido o educación, de juegos, de una adecuada protección de su salud o, sencillamente, se les priva de cariño, de amor. Tampoco debemos olvidar que una forma de maltrato es también la manipulación que muchos hacen de sus jóvenes mentes para transformarlos en herramientas de violencia o en fanáticos ideológicos, sea cual sea esa ideología, pero que lleve a la intolerancia, al odio, al rechazo del otro.
En mis años como profesional de la salud he visto muchos casos que ya no tenían solución; he visto otros que aún sí... no voy a entrar en detalles, por supuesto. Tal como expuse en el caso de la violencia a las mujeres o a los ancianos, todos tenemos algo que hacer, todos podemos hacer algo. La indiferencia es la peor lacra con respecto a cualquier tipo de violencia. No podemos mirar hacia otro lado, debemos actuar siempre, siempre, en la medida de nuestras posibilidades.
Todos tenemos la obligación de estar al tanto y de denunciar cuando consideremos que algo así pueda estar sucediendo, todos y no sólo las autoridades o los profesionales de la salud.
Cuando un niño sufre cualquier tipo de agresión, sea cual sea, venga de donde venga, en su espíritu, en su corazón se forma una herida que jamás, jamás se cerrará. Queda ahí para siempre, sangrando, doliendo.
La violencia nunca nos debe dejar indiferentes. Nunca.
Y, por ahora, nada más.
Comentarios
Sin nada más que añadir, querida Lola, cualquier otra palabra o consideración pudiera sobrar. La entrada es soberbia.
Nunca olvidaré la siguiente imagen: tenía yo cogido a mi hijo en brazos (yo sentado) cuando él tenía unos meses. Bien. Me moví para sentarme mejor y mi hijo pensaría que se caía o que lo iba a soltar. Nunca olvidaré que en su cara apareció el miedo, un miedo absolutamente puro. Él estaba confiado en mis brazos, sabía que ahí nada le podía pasar y, de repente, un movimiento mío quizá le hizo dudar. Y, claro, se vio indefenso. El maltrato a los niños es de lo más deleznable en lo que puedo pensar. Quien lo lleva a cabo no merece ni perdón ni redención, sólo merece que sea visitado, personalmente, por el mal.
Me has tocado el alma. La única misión que tengo en la vida es que mis hijos, Domingo y Adela, crezcan sabiendo qué cosa es la felicidad. Por sus padres, desde luego, no va a quedar. Pensar en todos los niños que no tienen esa suerte es algo que me da pavor. Y yo, desde luego, no seré quien se calle y en alguna ocasión me tocara ver esa barbaridad.
Besos.
Me has dejado el alma en un vilo, en un desasosiego inmenso por la terrible realidad que es ese maltrato. Cualquier maltrato es atroz, pero los niños, ah... ¡qué dolor!... y pienso que los niños son responsabilidad de todos nosotros. Esa infancia sin sonrisa no nos puede dejar jamás indiferentes.
Esa infancia es responsbilidad de todos, de todos.
Un abrazo Lola. Y gracias.
Besos miles, amigo.
ANA: supongo que no podemos evitar pensar en nuestros hijos. Creo que desde que nacen un pellizco se nos coge en el corazón y ya no se suelta por siempre jamás. Deseamos protegerles de todo... y de todos.
Besos miles, querida Ana.
Pues creo que no has dejado nada en el Bic.
Me siento mal sólo de pensar cuando se habla de este tema. No me gusta ningún tipo de violencia pero contra un niño o un desheredado de la sociedad me revelo.
Un beso Lola, preciosa entrada
Gracias, amigo, por tus palabras. Besos miles.
Un beso Lola :)
Besos, Ana. :D
En tu respuesta a Juanma dices: "Son seres repugnantes y no merecen nada." No estoy de acuerdo, merecen una mala muerte. Además, estos temas me revuelven, no sólo las tripas, sino también la conciencia, ya que, sobre el papel, no soy partidario de la pena de muerte, pero no puedo evitar pensar en qué le haría a alguien que fuera capaz de hacer daño a mi hijo.
De todos modos, tenemos algunas armas en nuestras manos, como es la denuncia. Ya sé que esto es muy difícil de llevar a la práctica, porque estos monstruos suelen ir disfrazados de personas, y en la mayoría de casos sería prácticamente imposible aportar pruebas o testimonio del maltrato, pero podemos hacer el vacío a aquel de quien sospechemos que maltrata a su pareja, a su hijo, a su padre, o a cualquier persona que esté a su cargo y no se pueda defender por sí misma. Estas alimañas no merecen vivir en sociedad, por tanto, debemos apartarlas de ella. Yo ,personalmente, no creo en la reinserción de maltratadores, violadores y pederastas, y no los quiero cerca de mí.
Un beso.