Quedarse en blanco...

Estar sentado frente a una hoja en blanco. Pensar en qué escribir que sea ingenioso, atractivo, que enganche al lector. Tienes a los personajes expectantes, mirándote de frente, esperando tus instrucciones. Pero no. Ninguna idea coherente o luminosa te llega por los canales de la voluntad y dejas vagar tu mente y pones la radio. Suena un acorde y otro y una hermosa voz desgrana la bella canción.
Te sabes la canción.
La tarareas y cierras los ojos en los acordes finales.
Hermosas palabras las de...
¡Caray! No, no, debo centrarme en mi historia, en mi escrito. Debo llevar a mis personajes por derroteros tales que ningún lector pueda dejar de leer y mis incondicionales -¿yo tengo incondicionales?- se digan con la sorpresa pintada en el rostro: «¡qué razón tiene, yo me suelo sentir así cuando...!»
¡Uy! Serrat, fantástico poeta de voz evocadora, qué bien lo definía... «No hago otra cosa que pensar en ti...» Todo lo que yo diga, todo lo que yo escriba sonará a plagio, a frase leída en otro lugar, a robo de ideas... No, no debo seguir por aquí.
Pero, es que ¡me he quedado en blanco! Miro la hoja virtual que es la pantalla de mi ordenador y no sé qué poner. Dejé a mi personaje mirando a través de la cristalera del hotel, observando un nevado paisaje al tiempo que meditaba detenidamente en cómo decirle a su esposa...
Nada es original. Todo está escrito ya. Puedo seguir mi historia, pero...
¡Me he quedado en blanco!
¿Cuánto tiempo me durará ésto? ¿Existe alguna medicina que me acorte este pesar? Que me digan cuál es que la tomo, la tomo ahora mismo. Aunque la verdad, hablando un poco de todo, no estoy demasiado de acuerdo con el hedonismo de estos tiempos que nos impulsa a tomar drogas, sustancias de variado tipo y origen cuyo fin último es evitarnos cualquier tipo de sufrimiento, cualquier forma de padecer. Yo creo que sufrir no es malo cuando nos permite entendernos a nosotros mismos un poco mejor, cuando permite que midamos nuestras fuerzas y conozcamos cuales son nuestras posibilidades reales...
¡Pero qué estoy diciendo! Ahora estoy sufriendo mi folio en blanco y sufro lo indecible y quiero no sufrir. Quiero que mi personaje se mueva de esa cristalera, regrese junto a su esposa y... ¿y qué?
Lo intentaré, lo haré.
A ver, a ver... Lanzo los dedos por el teclado como una loca, marcando caracteres a la velocidad de la luz, sin importarme que una vez y otra un irritante subrayado rojo me grite que tengo errores, ¡ya los corregiré!
Mi mente fluye, las ideas corren como el agua embalsada de un río de montaña que por fin ha encontrado un resquicio por el que continuar su camino hacia el valle de sus deseos. Los personajes ya no me miran expectantes.
Y la hoja deja de ser blanca.
Sonrío de oreja a oreja, pero no soy consciente de ello.
¿Os ha pasado alguna vez?

El título me ha afectado tanto que he tardado seis días en escribir esta entrada, que aparecía clara y diáfana en mi cabeza pero que no salía, no salía...
Y por ahora nada más.

Comentarios

Luis rafael ha dicho que…
Amiga no eras la única que lucha con la hoja blanca, una diabla que asusta a los escritores, a mi también me tocó enfrentarla. Aquí te cuento cómo fue todo: http://leolibreros.blogspot.com/2010/01/libro-nuevo.html

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